domingo, 27 de noviembre de 2011

Reflexión en la solitud del silencio. Domingo 27 de Noviembre 2011

Todos pasamos y tenemos esos momentos en que tomamos decisiones. Puede que algunas veces acertadamente y otras pues nos decepcionamos hasta a nosotros mismos.  Lo importante es siempre recordar que nadie es perfecto y que todos y cada uno de nosotros podemos tropezar y caer y cometer errores una o varias veces pero tengamos claro que eso no nos hace ni convierte en malas personas ni malos individuos.  No hay una sóla persona que pueda decir que nunca ha pasado por una situación en la que no haya metido las extremidades.  Claro, errar es de humanos dice un dicho y con eso muchas veces procedemos a excusarnos nosotros mismos.  Está bien.  Es permitido caer pero sólo siempre y cuando nos levantemos cada vez y lo hagamos con el compromiso cada vez más fuerte de no volver a cometer los mismos errores convirtiendo un momento de debilidad en una gran lección. 

Es importante en esto del caminar por la vida no creerse el cuento de que uno es superman o la mujer maravilla. Aprendamos a saber cuando realmente el orgullo es necesario para darse uno su propio lugar y cuando mas bien hay que hacerlo a un lado para poder y saber aceptar la ayuda, consejos y apoyo de los demás.  Nadie lo puede todo y muchas cosas son casi que imposible si se tratan de hacer sólo.  Así como algunos necesitamos estudiar una lección más de una vez para aprenderla así también sucede con la vida, por algo habrá algo de cierto en aquello que dice que el ser humano es el único animal que tropieza dos ( o más ) veces con la misma piedra.

En lo personal, después de esta reflexión que aquí comparto quiero aprovechar para públicamente agradecerle a mi madre por no dejarme sólo aunque físicamente ella no esté aquí.  Agradecerle y expresarle mi aprecio a la ayuda, compañía, apoyo y lecciones que mi padre me da aún cuando en el momento no lo comprenda sino hasta unos días después.  Mis hermanas que cada una de ellas a su manera están pendientes y yo sé que en el fondo sólo quieren el bién para mí y para toda la familia.   Mis cuñados, a quienes tantas veces he acudido y he encontrado en ellos apoyo, consejos y ayuda.  Mis sobrinos que aunque no pareceiera, con sus ocurrencias y hasta travesuras me ayudan a recordar que no es el fin del mundo y que no pasa nada, que la vida siguie y que siempre habrá un momento y una razón para sonreir.  Mi hijo, ese angelito divino que Dios me ha dado y que es por quien cada vez me levanto más y con más fuerzas y ya que este escrito se ha convertido en una reflexión y confesión pública y de tratarse de ser sinceros y honestos, también le doy gracias a Dios por la mujer que mi hijo tiene por madre pues tengo que dar fe que hace un excelente trabajo.  La familia que siempre ahí está y no nos olvida.  No puedo tampoco olvidar y dejar demencionar a mis amistades, tanta gente que durante todos estos años hemos estado en contacto, nos perdemos y luego volvemos a ponernos en contacto una vez más como si nada y siempre estamos ahí, los unos pendientes de los otros siempre deseandonos alegrías y hasta a veces deseando poder hacer algo para ayudar o remediar cuando sabemos de alguna situación o problema del otro. 

Como vemos pues, la vida es una interminable lección desde su inicio hasta el fin y ya para resumir y terminar recordemos que es válido cometer errores siempre y cuando aprendamos de ellos y sepamos reconocer que si bien nos logramos levantar y volver a luchar muchas veces lo logramos gracias al apoyo, la ayuda y los consejos de los demás y que el orgullo no debe de ser motivo para no dejarnos ver ni reconocer ni expresar nuestro agradecimiento.  No hay nada malo con ser humilde y admitir las cosas, sobre todo cuando se hace sinceramente y desde el corazón.

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